En efecto, uno de los datos de la macroeconomía: el tipo de cambio se disparó y se intensificó la salida de depósitos, producto de una combinación de diversas variables cuyo efecto se trasladó a una mayor demanda de la moneda norteamericana, lo que no se pudo contener sino hasta la adopción de medidas restrictivas que limitaran el atesoramiento en moneda dura.
La constante y permanente adquisición de dólares por los ahorristas, y consecuente pérdida de reservas por parte de la autoridad monetaria, el Banco Central de la República Argentina (BCRA), obligó a tomar medidas drásticas que frenen la fuga de capitales. De esta forma, el BCRA emitió la Comunicación A-6804, mediante la cual impuso: “como requisito de acceso al mercado de cambios para la compra de moneda extranjera, en los términos del punto 6 de la Comunicación A-6770, que la persona humana no haya excedido en el mes calendario anterior los límites impuestos en el mencionado punto”, lo cual había sido restringido a US$ 10.000 por mes.
No obstante esta medida, la semana previa a las elecciones generales, el Banco Central de la República Argentina salió a efectuar fuertes ventas de la moneda norteamericana para contener el tipo de cambio, sin perjuicio de lo cual, desde las PASO, las reservas siguieron cayendo alcanzando los us$ 13.201 millones en poco más de dos meses.
Esta importante salida de depósitos obligó al Banco Central a implementar un súper cepo al dólar, a los fines de endurecer el control; medida a simili a lo que ocurriera en el año 2011 - durante la Presidencia de Cristina Fernández de Kirchner - cuando el gobierno de aquél entonces implementó un sistema de autorizaciones para compra de divisas a través de la AFIP, lo cual, luego, se intensifico con permisos desde el Banco Central para que las entidades financieras puedan realizar operaciones de venta de moneda extranjera.
Consecuencia de ese sistema fue el lento resurgir de un mercado paralelo que presentaba diversos tipos de cambio (blue, contado con liquidación, dólar soja, dólar turista, dólar futuro, etc.), por lo que la brecha con el oficial se fue ampliando, lentamente, con el correr de los años.
Ahora bien, que fue lo que pasó en nuestro país con el dólar en los últimos cincuenta, o más años.
De acuerdo a una estadística publicada en un libro, la Argentina es el segundo país del mundo con mayor cantidad de dólares por habitante, después de Estados Unidos (El Dólar. Ed. Crítica, pág. 24). Quizás, por lo revelador del dato, ello pueda permitirnos darnos cuenta de porque los argentinos hablamos, pensamos y hasta soñamos en dólares.
El dólar ha sido el medio de transacción o la inversión más segura que los argentinos han encontrado para atesoramiento de sus ahorros, fuera de otros mecanismos de lucro: inmuebles, acciones, fondos comunes de inversión, etcétera.
Los primeros controles de cambio datan del mes de setiembre de 1931 durante el primer gobierno de José Félix Uriburu, oportunidad en que se tomó como valor de referencia para las exportaciones argentinas el dólar y el franco, atento a que Inglaterra abandonaba el patrón oro para sus transacciones, lo que conducía a una devaluación de la libra. Esta situación llevó a modificar el tipo de cambio y pasar de uno libre, primero, a uno fijo después, a los fines de evitar fluctuaciones (cfr. El Dólar).
No obstante ello, como parte de las medidas adoptadas se obligó a los exportadores a entregar las divisas que obtuvieran del comercio internacional.
A partir de ese momento, nuestro país tomó como valor de referencia del peso, para sus operaciones internacionales, al dólar, lo cual se mantuvo hasta el día de hoy.
Sin embargo, las restricciones a la compra de dólares no son patrimonio exclusivo de los últimos gobiernos de nuestro país. En 1958, bajo la presidencia de Arturo Frondizi, se implementó un plan de estabilización adoptando un nuevo sistema cambiario: la liberación del mercado.
Con posterioridad, en 1964, durante el gobierno de Arturo Illia se modificó el régimen cambiario y se dispuso una restricción para la existencia de cuentas en moneda extranjera para residentes locales.
A partir de allí, los sucesivos gobiernos, de una forma u otra, intervinieron en el mercado de cambios, con diversas regulaciones, a los fines de evitar la salida masiva de depósitos.
Tras las PASO, la receta para tratar de contener la fuga de depósitos fue la misma que la implementada con anterioridad por otros gobiernos, con miras a evitar un estallido del mercado de cambios y un probable default de la deuda Argentina.
En un inicio, mediante Comunicación A-6804 el Banco Central fijó en u$s10.000 mensuales por persona el límite para la compra de divisas, lo cual no logró calmar los ánimos. Allí apareció el famoso “rulo”, por medio del cual quienes lograban adquirir divisas en el mercado oficial, las podían revender a través de un agente de bolsa comprando bonos que luego se venden en pesos generando una ganancia con la diferencia y así repitiendo la operación.
Si bien es cierto que hasta ese momento el gobierno gozó de las mieles del mega préstamo del FMI, lo cual permitiera un ingreso adicional de dólares, ello fue a costa de un gravoso programa económico que terminó socavando, de todas formas, las reservas del Banco Central; y lo que fuera motivo de reproche allá por el año 2015 terminó siendo el remedio para la inagotable fuga de capitales que se viene produciendo desde hace más de un año.
Tras las elecciones generales, y advirtiendo que las reservas no serían suficientes para seguir conteniendo el valor de la moneda norteamericana, se produjo el endurecimiento del “cepo”, para lo cual el BCRA emitió la Comunicación A-6815, reduciendo el monto autorizado a la mínima deUSD200 mensuales por persona, lo cual permitiría intuir, por lo menos en principio, que se contuvo la salida de depósitos en cascada.
Sin embargo, este endurecimiento de política monetaria podría provocar, gradualmente, la ampliación de la brecha cambiaria, situación ésta ya vivida en otras épocas. Ello así atento la existencia de diversos tipos de cambio, amén del dólar oficial, el blue, el CCL, el MEP, el cable, tarjeta y ahorro.
No cabe ninguna duda que una política monetaria más restrictiva genera algunas consecuencias inevitables, tales como: a) caída de operaciones inmobiliarias, ya que las operaciones de monto significativo se hacen en moneda fuerte; b) cierre de algunas empresas que comercializan productos de alta gama; c) inconvenientes para la importación de ciertos productos; d) problemas para argentinos que viven en el exterior para cobrar becas o sueldos, entre otras.
Por lo tanto, si la situación macroeconómica del país no se modifica, si algunas variables permanecen por más tiempo en caída libre: PBI, inflación, desempleo, tasa de interés y tipo de cambio, no será posible esperar mejoras en otras áreas de la economía, por lo que la recesión seguirá profundizándose.
Evidentemente, tal como ocurriera en el pasado, la modificación permanente del tipo de cambio provoca un impacto directo sobre los precios, provocando el efecto inflacionario no deseado, a pesar de no existir emisión monetaria.
Siguiendo datos de la experiencia norteamericana - cuando bajo la Presidencia de Richard Nixon se decidió abandonar el patrón oro para fijar el valor del dólar- la moneda (peso, en nuestro caso), como instrumento de pago, se sostiene, inexorablemente, en la confianza, la legitimidad y la credibilidad de un gobierno y de su programa económico.
La baja de la tasa de interés por parte del Banco Central debe ser acompañada de una política crediticia, a los fines de aumentar la inversión, evitando que exista mayor cantidad de pesos circulando en la calle, provocando ello, nuevamente, inflación y/o mayor demanda de divisas para atesoramiento y no tendrá, precisamente, como destinatario la inversión, exportación y el desarrollo, lo cual se traduciría en mayor confianza en el plan económico.
Por ahora existe una tensa calma (excúseseme del oxímoron), donde el ahorrista ha logrado acopiar una suficiente cantidad de dólares. Sin embargo, el idilio, para un mercado tan impaciente como el nuestro, dura poco. El gran desafío será lograr, gradualmente, recuperar la confianza y que el ahorrista vuelva a mirar el peso ?con las distintas modalidades? como opción segura de inversión.
Hagamos memoria: nos enamoramos de la convertibilidad pero, como en aquél entonces, el bienestar que genera controlar el precio del dólar no dura para siempre y por aquellos tiempos terminamos con un 25% de desocupación en el año 2001 y la caída del gobierno de aquella época. La conclusión es que los inversores no traerán dólares para invertir en un país en el que no estén dadas las condiciones necesarias para que la misma sea rentable.
Tal vez sea necesario recurrir a alguna vieja fórmula, como la que se implementara en el año 2005 - similar a la utilizada por el vecino país (Chile)- obligando al capital que viene desde el exterior a tener que dejar una suma porcentual inmovilizada en una entidad bancaria, por lo menos durante un año, lo cual evitaría el capital meramente especulativo.
Evidentemente, sin un proyecto y/o programa económico a largo plazo, donde se combine: exportación, consumo e inversión con esa dosis de política y estadista que se requiere de los poderes del Estado, será impensable salir de un cepo cambiario.
Como bien se ha referido en diversas oportunidades: circunstancias extremas exigen medidas extremas.