El dinero fue empleado por primera vez cerca del año 2000 a.C., y fue la respuesta que el hombre encontró para reemplazar al trueque, por los inconvenientes que se suscitaban con la compensación del precio de los diferentes productos que se intercambiaban.
Con el transcurrir del tiempo fueron los griegos primero y los romanos después, los primeros pueblos en elaborar monedas metálicas en forma oficial para, luego, los europeos acuñarlas en forma estandarizada, primero utilizando barras de bronce, y con posterioridad introduciendo el sistema bimetálico utilizando el aureus de oro y el denarius de plata.
Ahora bien, el dinero ha servido a lo largo de la historia para fijar el valor de productos, bienes y servicios. Cuando un sujeto pone en venta un bien espera recibir, en principio, un precio superior al que lo ha adquirido. Esta es la regla del comercio: comprar un bien para lucrar con su enajenación.
Normalmente, el precio de las cosas está dado por el grado de liquidez que poseen, es decir, la aptitud que tiene un bien para ser vendido y el interés del mercado, si es de fácil colocación marcará el precio, el que también dependerá del tiempo que puede demandar su venta. El valor siempre estará dado por la diferencia entre el precio de compra y el de su venta.
El sujeto que pretende colocar un producto para comercializar lo hace teniendo en cuenta el interés que el mismo puede generar en un público determinado o no, y el contexto económico general. Por ejemplo: la caída del valor de algunos automotores en moneda de curso legal (pesos) está dada por el incremento del valor de la moneda norteamericana, el derrumbe en las ventas y el tiempo de reposición de tales bienes. Mientras que en el caso de los bienes perecederos: i.e. bienes de primera necesidad, podemos ver experimentar subas menores, sin que se produzca una merma del valor del producto.
Con estas ideas se quiere expresar que el proceso social por el cual transita una comunidad conduce, inexorablemente, en correspondencia con la situación económica, a fijar el precio de un determinado bien. Todos los bienes son más o menos comercializables. No obstante, la mayor liquidez está dada por la posibilidad de desprenderse de él en un tiempo razonable y a valores económicamente convenientes.
Por lo tanto, el papel moneda cumple aquel designio que permite al sujeto pasar de un producto menos líquido hacia otro más líquido. De esta manera se puede fijar el valor o precio de las cosas, y especular con su colocación en el mercado para su venta.
La moneda es un elemento que se utiliza como medida de cambio para adquirir cosas o bienes, permite efectuar pagos diferidos y sirve como depósito de valor para su atesoramiento.
El peso argentino ?en los últimos años? ha perdido, significativamente, estas cualidades, lo cual se ha agravado durante el breve transcurso de este año producto de la pandemia y la cuarentena dispuesta para evitar la propagación del COVID-19, a mérito de la paralización de la economía.
Tanto el peso como la lira, el rublo o la libra siguen expresando unidades de peso, que han perdido valor en los últimos tiempos, producto de la vertiginosa caída en la actividad económica, por lo que los bienes han perdido su valor real, atento el nulo o escaso interés del público en su adquisición.
Repasando, brevemente, situaciones similares de otros tiempos, al finalizar la Segunda Guerra Mundial, Alemania pasó de tener una de las monedas más fuertes del mundo (reichsmark: “marco imperial”) a utilizar bienes como valor de cambio, ejemplo: un pollo se intercambiaba por treinta cigarrillos. La devastación producida por la guerra destruyó el funcionamiento de la economía y los desplazamientos masivos de gente, el hambre y la miseria no desaparecieron del suelo europeo, sino que se mantuvieron por cierto período de tiempo, incluso cuando ya el conflicto había concluido.
Trasladando aquella realidad a nuestros tiempos, el COVID-19 no dejará indemne la economía de las naciones. El papel moneda, por más que los Estados inyecten ingentes cantidades a sus economías ?ejemplo de ello son EE.UU. y Europa? es probable que no sea suficiente para contribuir a sanear la economía, sobre todo cuando el trabajo informal se encuentra cercano al 50% como ocurre en nuestro país.
El alto porcentaje de personas que viven del cuentapropismo ha salido más a la luz desde el comienzo de la cuarentena y correspondiente aislamiento. Evidentemente, la falta de actividad y nula circulación de personas en las calles que abonan esos mínimos servicios en dinero provocan que esa economía rudimentaria deje de funcionar.
Los trabajadores informales (jardineros, taxistas, peluqueros, servimotos, artesanos, vendedores ambulantes y un larguísimo etcétera) necesitan que las personas estén en circulación para poder brindar servicios y recibir el pago por ellos. La informalidad no permite utilizar medios virtuales de pago o cuentas bancarias y existen muchos comercios, emprendimientos y cuentapropistas que sólo facturan una parte de sus ingresos, se mueven entre lo formal y lo informal (tal como lo refiriera Lorenzo Sigaut Graviña, director de la consultora EcoLatina). Lo mismo ocurre con las ferias (alimentos y ropa) donde el pago se realiza normalmente en efectivo. La cuarentena no perjudica, mayormente, al sujeto que recibe un salario; sin embargo, los hogares que viven a expensas de los servicios que requieren otros se ven altamente perjudicados al no poder contar con dinero para cubrir sus necesidades.
El trueque es el intercambio de bienes materiales o servicios por otros, y se diferencia de la compraventa tradicional en que no existe intermediación de dinero. Este sistema de intercambio recupera protagonismo producto de la situación crítica que viven las economías de todos los países, y la falta de dinero circulante.
Resulta, a todas luces, evidente que no sería posible cubrir todas las necesidades de una familia apelando, exclusivamente, al intercambio de bienes o servicios pero, solo tal vez, sería una forma de paliar ?durante un lapso de tiempo? las urgencias y necesidades más elementales de aquellos que ven sus economías más empobrecidas.
En Argentina gozamos de una vasta experiencia en materia de crisis económica, y no es la primera vez que transitamos la falta de liquidez. El agravante es que en estos momentos la economía se reciente aún más que en otras épocas, toda vez que la cuarentena y consecuente aislamiento impiden la libre circulación de personas y bienes, con el consecuente impacto negativo que ello tiene en la rotación de los bienes de cambio.
Las sociedades de fomento, los clubes barriales, las iglesias y las organizaciones sociales, apelando incluso al uso de Internet, el cual permite eliminar las distancias físicas, pueden servir de nexo y soporte para contribuir a paliar la situación de aquellos sectores más carenciados, implementando sistemas de intercambio de productos (trueque).
No se trata de una solución, sino de un mero paliativo para contener la situación de los sectores más vulnerables durante un lapso de tiempo acotado, hasta que pueda recuperarse gradualmente la economía; por lo que no hablamos de la salida al problema sino de una puesta en perspectiva solidaria de hacer las cosas más fácil para los más necesitados.
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